SANTUARIOS, ISLAS DE COMPASIÓN
04/01/2022
Cristina Olivas Periodista y Pere Fiol Torrent Cofundador
En nuestro nuevo artículo en colaboración con la DIRECTA hablamos de los santuarios de animales considerados de consumo. Hablamos de la fortaleza física y mental de las personas que trabajan en ellos y de cómo están cambiando nuestra sociedad
Este artículo lo publicamos originalmente en la DIRECTA N357 y queremos dar las gracias a la Fundació IgualdadAnimal Santuario GAIA pero muy especialmente y con todo nuestro cariño. a Elena Tova, directora del Santuario ELHOGAR ANIMAL SANCTUARY por toda su ayuda.
El día que visitamos GAIA, el santuario de animales considerados de consumo, se oían disparos. Lía, nuestra guía, nos explicó que era habitual, ya que alrededor había cazadores: “Aquí los protegemos y unos metros más allá, los matan”. Estas palabras se nos quedaron grabadas y, en cierto modo, nos hacen pensar en la película Tomates verdes freídos. ¿La habéis visto? Una serie de personas repudiadas por la sociedad de la época −alcohólicos, personas negras, lesbianas y víctimas de violencia machista− encuentran un espacio de protección, respeto y amor las unas con las otras en el interior del café Whistle Stop. Este ambiente contrasta fuertemente con el exterior donde solo se respiraba barbarie, machismo, racismo, LGTBIfòbia y aporofòbia. Así pues, el café Whistle Stop se convierte en el santuario para estas personas, un espacio donde se sienten seguras y en paz.
Hoy en día fuera de las islas de respeto que representan los santuarios, los animales de granja viven rodeados de un maltrato sistemático, en condiciones terribles hasta el último día de su vida, ante la indiferencia o la impotencia de la población. Algunos de los santuarios más importantes actualmente son ELHOGAR , que está ubicado en Osona; GAIA, en el Ripollès y Compasión Animal, en València. Gracias a estos oasis de paz y respeto, los animales considerados de consumo pueden vivir en unas condiciones muy diferentes de las que desgraciadamente viven el resto. En Catalunya, habitan más cerdos que personas y seguramente la mayoría de nosotros no ha visto nunca ninguno, a pesar de que las granjas de ganadería intensiva forman parte del paisaje catalán y contaminan nuestros acuíferos. Es en este instante cuando nos preguntamos: ¿Qué sentido tiene el titánico trabajo de crear y sostener un santuario cuando ofreces una oportunidad a un animal, pero en un solo día se sacrifican miles a los mataderos?
Elena Tova, fundadora de El Hogar, el primer santuario en el Estado español, hace catorce años que primero se ubicó a Madrid y, ahora en l'Esquirol (Osona), nos explica la doble función de los santuarios: “No es solo un espacio de protección, sino también de concienciación donde se puede mostrar que los animales de granja son tan merecedores de respeto como el resto de animales. De este modo, afrontamos el ocultismo y las mentiras de la industria cárnica”. Hay que destacar que, en los últimos años, se ha observado un incipiente cambio social; cada vez más personas, sobre todo juventud, se horrorizan al conocer el trato que reciben los animales de consumo. Desde diferentes ámbitos, se lucha para dar voz a los olvidados y, obviamente, el mensaje está calando con fuerza incluso en la industria, que ha creado su auto sello de bienestar animal, el certificado Interporc, en un intento de limpiar su imagen. Pero que no os engañen, ¡no hay una voluntad real! Así lo define Irene Rivero, de la fundación Igualdad Animal: “Este sello no es más que una estrategia de marketing, puesto que los requerimientos para obtenerlo solo exigen cumplir la legislación actual, que está obsoleta en temas de bienestar animal”.
Ahora bien, es cierto que se ha observado un ligero cambio en cuanto a la postura de las administraciones. “Ahora nos toman más seriamente y, incluso, nos piden ayuda, porque hemos demostrado que somos responsables, profesionales y trabajamos con solvencia, pero también porque la sociedad ya no tolera las soluciones de antes, que suelen ser un disparo de bala a los animales enfermos que causan problemas, y exige soluciones respetuosas. No podemos olvidar que somos nosotros quien pagamos a las administraciones”, explica Tova. Aún así, los santuarios no reciben ninguna subvención y, además tienen que costearse las pruebas que la misma administración les obliga a hacer. Es decir, les permiten hacer su tarea, pero sin ayuda y condicionados por las normas de las explotaciones ganaderas, puesto que el concepto de “santuario” no está jurídicamente resuelto. He aquí la paradoja de tener la misma normativa para dos realidades totalmente antagónicas.
El trabajo en estos espacios no es fácil, pero encontramos personas hipersensibles pero con una gran fortaleza y determinación que luchan por un mundo mejor, también para los animales. Ahora bien, poca gente se queda largas temporadas −al desgaste físico y psicológico se le suman los problemas económicos para continuar el proyecto−. La financiación, el punto débil de cualquier entidad del tercer sector, proviene de los socios, donantes y padrinos y de iniciativas ingeniosas, como por ejemplo el libro Animales como tú, que GAIA publicó hace unos meses, en que explican su trayectoria y la vida de los animales del santuario. Hace unos cinco años, habría sido imposible hablar de estos proyectos en medios de comunicación genéricos, pero ahora cuentan con un apoyo social tan fuerte que incluso National Geographic les ha dedicado artículos. Parece pues que su tarea comienza a dar sus frutos que, como bien dice Elena Tova, no es otra cosa que “trabajar para ayudar los animales que nadie más quiere
Hoy en día fuera de las islas de respeto que representan los santuarios, los animales de granja viven rodeados de un maltrato sistemático, en condiciones terribles hasta el último día de su vida, ante la indiferencia o la impotencia de la población. Algunos de los santuarios más importantes actualmente son ELHOGAR , que está ubicado en Osona; GAIA, en el Ripollès y Compasión Animal, en València. Gracias a estos oasis de paz y respeto, los animales considerados de consumo pueden vivir en unas condiciones muy diferentes de las que desgraciadamente viven el resto. En Catalunya, habitan más cerdos que personas y seguramente la mayoría de nosotros no ha visto nunca ninguno, a pesar de que las granjas de ganadería intensiva forman parte del paisaje catalán y contaminan nuestros acuíferos. Es en este instante cuando nos preguntamos: ¿Qué sentido tiene el titánico trabajo de crear y sostener un santuario cuando ofreces una oportunidad a un animal, pero en un solo día se sacrifican miles a los mataderos?
Elena Tova, fundadora de El Hogar, el primer santuario en el Estado español, hace catorce años que primero se ubicó a Madrid y, ahora en l'Esquirol (Osona), nos explica la doble función de los santuarios: “No es solo un espacio de protección, sino también de concienciación donde se puede mostrar que los animales de granja son tan merecedores de respeto como el resto de animales. De este modo, afrontamos el ocultismo y las mentiras de la industria cárnica”. Hay que destacar que, en los últimos años, se ha observado un incipiente cambio social; cada vez más personas, sobre todo juventud, se horrorizan al conocer el trato que reciben los animales de consumo. Desde diferentes ámbitos, se lucha para dar voz a los olvidados y, obviamente, el mensaje está calando con fuerza incluso en la industria, que ha creado su auto sello de bienestar animal, el certificado Interporc, en un intento de limpiar su imagen. Pero que no os engañen, ¡no hay una voluntad real! Así lo define Irene Rivero, de la fundación Igualdad Animal: “Este sello no es más que una estrategia de marketing, puesto que los requerimientos para obtenerlo solo exigen cumplir la legislación actual, que está obsoleta en temas de bienestar animal”.
Ahora bien, es cierto que se ha observado un ligero cambio en cuanto a la postura de las administraciones. “Ahora nos toman más seriamente y, incluso, nos piden ayuda, porque hemos demostrado que somos responsables, profesionales y trabajamos con solvencia, pero también porque la sociedad ya no tolera las soluciones de antes, que suelen ser un disparo de bala a los animales enfermos que causan problemas, y exige soluciones respetuosas. No podemos olvidar que somos nosotros quien pagamos a las administraciones”, explica Tova. Aún así, los santuarios no reciben ninguna subvención y, además tienen que costearse las pruebas que la misma administración les obliga a hacer. Es decir, les permiten hacer su tarea, pero sin ayuda y condicionados por las normas de las explotaciones ganaderas, puesto que el concepto de “santuario” no está jurídicamente resuelto. He aquí la paradoja de tener la misma normativa para dos realidades totalmente antagónicas.
El trabajo en estos espacios no es fácil, pero encontramos personas hipersensibles pero con una gran fortaleza y determinación que luchan por un mundo mejor, también para los animales. Ahora bien, poca gente se queda largas temporadas −al desgaste físico y psicológico se le suman los problemas económicos para continuar el proyecto−. La financiación, el punto débil de cualquier entidad del tercer sector, proviene de los socios, donantes y padrinos y de iniciativas ingeniosas, como por ejemplo el libro Animales como tú, que GAIA publicó hace unos meses, en que explican su trayectoria y la vida de los animales del santuario. Hace unos cinco años, habría sido imposible hablar de estos proyectos en medios de comunicación genéricos, pero ahora cuentan con un apoyo social tan fuerte que incluso National Geographic les ha dedicado artículos. Parece pues que su tarea comienza a dar sus frutos que, como bien dice Elena Tova, no es otra cosa que “trabajar para ayudar los animales que nadie más quiere
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Fotografías ElHOGAR y Marc Vers ( Directa.cat)